A veces parece que por el simple hecho de que te pase algo bueno, ya los problemas desaparecen como por arte de magia.
Vamos a dejar una premisa clara antes que nada, que luego vienen los malentendidos… Decir problemas es mucho decir, ni siquiera llegan a ser problemillas. Vamos a llamarlos “Problemas del Primer Mundo”, que esa expresión está ahora muy de moda. PPM, para abreviar.
Los problemas reales, los de verdad, nos agobian, nos preocupan… es obvio. Pero creo que no conozco a nadie que no se haya agobiado en algún momento por algún tipo de PPM. Hasta para esto es especial Mi Persona Favorita: Cuando se preocupaba, algo pasaba, ahí no había PPM que valiese.
Se suele decir que un problema es un problema de verdad cuando crees que seguirás recordándolo cuando seas muy mayor como algo importante, trascendental. No podemos negar que hay muchas preocupaciones que nos quitan el sueño en el día a día y que al cabo de un mes ni siquiera nos acordamos de por qué… Pues no serían problemas tan graves, sería un pequeño (o gran) PPM.
Cuando esa persona (nerviosa, apurada y, por supuesto, soltando algún que otro improperio por la boca) te cuenta su PPM, la mayoría de las veces no está buscando una solución, sino comprensión, complicidad… Vamos, lo que viene a ser un: “joder, es verdad, qué putada”. En una palabra: EMPATÍA.
Suele suceder que desde el otro lado esa solución se ve clarísima, incluso fácil y, cómo no, pensamos: “que exageración por favor, eso no es pa’ tanto”. Vamos, que es un PPM de libro.
Y lo que es más grande aún, a veces somos tan simples, que nos creemos que esa persona no es consciente de que es un PPM y que se está agobiando por una tontería. Se nos olvida rápidamente la de veces que hemos estado de ese lado sin ser conscientes…
¡Claro que lo sabe! Está implícito, lo sabemos todos, pero eso no quita que esa persona en ese momento tenga la necesidad de soltarlo, de ponerlo todo del revés y si puede ser de una patada, mejor. Derecho al pataleo lo llaman y casi que debería ser constitucional.
Hablando mal y pronto, tenemos que asumir que esa persona ha petado. Se ha metido en un bucle infinito y oscuro del que muchas veces cuesta salir solo. Es como si esa empatía encendiese una luz leve que empieza a alumbrar la salida. Y no cuesta tanto darla.
Obviamente, no es suficiente. Para salir del bucle hay que relativizar. Esa luz se hará más clara y más fuerte cuando alguien, desde fuera, nos ayude a hacerlo. Pero primero se tiene que encender y, sin empatía, por mucho que intentemos ayudar a relativizar, esa luz no va a funcionar. A lo mejor se enciende, pero se apagará pronto de nuevo.
Muchas veces, nuestras reacciones cuando nos cuentan este tipo de Problema del Primer Mundo es insconsciente, nos sale el típico “no pasa nada” casi automáticamente. Pero a veces tenemos que mirar un poquito más allá, sacar del bucle pero sin hacer que esa persona piense que está perdiendo la cabeza por gusto.
Como todos se habrán imaginado, esta entrada tiene su punto de autobiográfico, pero en los dos sentidos: muchas veces estoy dentro del bucle dando volteretas, pero otras muchas creo que también soy yo la que pulsa el interruptor para que otros salgan.
En el fondo, cada persona es un mundo y no todos sabemos llevar las cosas de la misma manera: ni los Problemas del Primer Mundo y, ni mucho menos, los problemas reales.
¡¡SEGUIMOS!!