Sabía que este momento iba a llegar, pero no sabía que llegaría tan rápido, ni de esta manera.
Como ya adelanté en una de mis entradas anteriores, nos vamos a vivir a Barcelona. Mañana mismo, concretamente.
Cuantísimas cosas se pueden sentir en un día como el de hoy. Bueno, en realidad, lo llevo barruntando ya bastantes días. En otras palabras, todo lo que hago me recuerda que me voy.
Eso, para una intensita como yo, es una tortura mental. Es como si todo estuviera envuelto por un manto nostálgico, triste y alegre a la vez. Ese “no saber en qué momento ha pasado el tiempo”, si parece que fue ayer cuando volví de Madrid.
Todo el mundo me dice que tengo que estar alegre, ilusionada y emocionada por irme a vivir a un pisito nuevo con mi novio, que lo vamos a amueblar a nuestro gusto y que lo vamos a sentir como si fuera nuestro. Que, además, seguro que tendremos los dos un trabajo genial. En resumen, que es como si mañana mismo empezase nuestra vida de verdad.
Tienen toda la razón porque, aunque llevemos muchos años viviendo juntos, nunca hemos llegado a sentirnos como en casa. Siempre teníamos esa sensación de estar un poco “de prestado”. Y eso, a la larga, cansa.
Sin embargo, a esa alegría, ilusión y emoción se le suman un pellizquito en el estómago y un nudito en la garganta, que hacen que el momento de irnos tenga su puntito de drama.

No es nada nuevo. Me ha pasado desde siempre. Es más, cuando era pequeñita y me llevaban a dormir algún día del fin de semana a casa de Mi Persona Favorita, lloraba y pataleaba de tal manera que ríete tú de las lagrimillas que pueda soltar mañana. Igual, cuando me fui a Sevilla para ir a la Universidad (a nada menos que 120 km, con 18 añazos, ¡ojo!) me pasó lo mismo, no era capaz de hablar y no llorar, así que opté por callarme… Hasta que un camarero me pregunto qué quería beber y al contestar solté un “cocacola” acompañado de un quejío saetero bastante lamentable (con su correspondiente llanto, por supuesto).
Pues así siempre, no lo puedo evitar. Eso sí, salvo excepciones, al ratito cambio el chip y se me pasa. Lo difícil es arrancar, vamos, nada importante.
Supongo que es normal y, en parte, inevitable tener esa sensación de que, en el fondo, el irnos tan lejos no deja de ser una decisión “voluntariamente obligada” por nuestra vida profesional. En pleno Siglo XXI es lo que nos toca y sabemos que es para mejor, pero no por ello da menos pena el hecho de tener que estar separada de la familia y los amigos por seguir avanzando profesionalmente.
Por eso, sé que hoy es un día tristón y raro pero que, a partir de mañana, en cuanto cruce el puente, cambiará radicalmente. Bueno, me doy de margen hasta el peaje de Sevilla, por si acaso… Además, con la cantidad de cosas que tenemos que hacer al llegar, más vale que cambie el chip rápido, porque cualquiera hace una mudanza después de llorar, ¡con el dolor de cabeza que da!
Y además, lo único bueno de que pase el tiempo tan rápido es que, igual que ha llegado el momento de irnos casi sin darnos cuenta, de la misma manera llegará el momento de volver.
¡SEGUIMOS!
GatoOscuro
Excelente. Es un miedo que pronto se convertirá en placer, alegría y un largo etc.
Cuchi Castañeda
Me encantas cómo describes a tu persona favorita, yo recuerdo cuándo yo te bajabas para ver lluvias de estrellas, y tratabas de quitarte el enfadado por qué mamá te había dejado para darse ella un garbeo (parece que fue ayer)