Si has leído algún libro del autor Robin Sharma, como es “El monje que vendió su Ferrari”, seguramente te sonará esta frase. Y la verdad es que no puedo estar más de acuerdo.

Como ya os adelanté en un post anterior, #Martamente ha visto la luz en un momento de cambio, ¡de puro precipicio!

Lo cierto es que últimamente los cambios en mi vida están siendo más que habituales: de piso, de ciudad, de trabajo… ¡hasta de estado civil! No sé cuál será la proporción exacta, pero creo que puedo afirmar que en los últimos tres años he experimentado cambios importantes cada seis meses, más o menos. O lo que es lo mismo, dos cambios importantes al año. Creo que es una proporción nada desdeñable…

Por eso creo que Robin Sharma tiene razón, vivimos cantidad de mini-vidas. Quizás una por día sea mucho decir, pero en mi caso, ya os lo comentaba: hay muchas Martas, tantas como momentos martamente vividos.

En otras palabras, habrá que asumir que la vida es cambio constante. Y, lo más importante, ¡asumir que eso no es malo!

Fuente: Pixabay.com

“Adaptable a los cambios”

¿En qué CV no aparecen esas palabras? En realidad, actualmente creo que ponerlo está incluso de más, directamente se da por hecho (como saber leer, escribir o sumar). Sin embargo, yo misma lo incorporé a uno de mis primeros CV, hace años, como si de una de mis mayores virtudes personales se tratara.

Y, sin duda, era verdad, aunque lo cierto es que en ese momento lo puse sin saberlo (o incluso sabiendo que era mentira, para qué engañarnos…).

Creo que me he adaptado a todos los cambios. Mejor o peor. Con más o menos ganas. Con más o menos esfuerzo. Pero, en muchas ocasiones, porque no ha quedado más remedio.

¿Quién provoca el cambio?

¿Nosotros? ¿Otras personas? ¿El trabajo? ¿La salud? ¿El dinero?

Seguramente estarás de acuerdo conmigo en que, dependiendo de cuáles son los motivos que provocan el cambio, nuestra capacidad de reacción o de adaptación es de una manera u otra.

En mi caso, creo que tengo la suficiente capacidad de adaptación para afrontar cualquier cambio. Sin embargo, mi forma de afrontarlo es totalmente diferente según sea el origen del cambio.

Fuente: Pixabay.com

Hocicando…

Por ejemplo, cuando los cambios son impuestos u obligatorios, como suele pasar en cualquier trabajo, te adaptas y, como diría mi madre, hocicas (¡adoro esa palabra!). Vamos, un “tira p’alante, que esto es lo que hay” de toda la vida. En casos así, creo que se afronta el cambio casi sin plantearse nada más, porque no hay más opción o, en otras palabras: esa decisión no depende de ti.

En esas ocasiones, al menos en mi caso, he podido sentirme más o menos incómoda, o más o menos de acuerdo con el cambio… pero nunca he sentido miedo o vértigo.

A ver, nada es blanco o negro, hay grises. Por supuesto que se siente algo así como inseguridad o expectación por ver cómo van saliendo las cosas, pero teniendo la certeza de que lo que haces, es lo que hay que hacer, porque no queda otra. De nuevo: tú no tienes el poder de decidir sobre ese cambio.

¡La responsabilidad se paga!

Ese tipo de cambios es más que probable que nos hagan salir un poco de nuestra Zona de Confort, pero, en cualquier caso, el riesgo de la decisión sigue sin ser nuestro: no es nuestra responsabilidad. Y eso, quieras que no, da cierta tranquilidad (¡que no pasividad!).

Pero ojito con los cambios que nos vienen impuestos y que, además, nos traspasan la responsabilidad…

Ejemplo fácil y más que habitual: Cambio de tareas en el puesto de trabajo, que redundan en una mayor responsabilidad, pero el mismo salario. ¡Negocio redondo!

Precisamente por eso, soy de la opinión de que la responsabilidad se tiene que pagar y, además, muy bien pagada (aunque no siempre es así, ¿os suena?).

Pero, ¿y cuando los cambios sí que dependen de ti?

¡Nada que ver con lo anterior! Cuando, queriendo o casi sin querer, somos nosotros los que provocamos los cambios, se siente de todo, menos tranquilidad.

Se me ocurre una palabra perfecta para explicar lo que siento en ese momento, ese momento en el que, por cierto, me encuentro ahora mismo…

¡Pero queda pendiente para el próximo post!

Suscríbete (¡que es graaaatis!) o búscame en Instagram (@martamente_blog) 😉