Llevo unos cuantos días rara, como más intensa de la cuenta.
Recordando.
Reviviendo.
Sintiendo.
Y es que hoy hace un año que llegó al mundo la personita que nos ha puesto la vida del revés.
Recuerdo prácticamente cada momento de aquellas (más de 24) horas. Los nervios, la alegría, la emoción, la expectación… Y como todas esas sensaciones iban saltando de un lado para otro junto al miedo, el cansancio, el vértigo y, por supuesto, el dolor.
Siempre había escuchado eso de que, llegados a ese punto, te llega a importar más tu bebé, que tú misma, lo cual me parecía una visión bastante romántica de algo que duele tantísimo. Pero puede que sea verdad. De hecho, en el momento que notaba algo más extraño de la cuenta, automáticamente, la preocupación era por mi hija y, ya luego si tal, por mí.
Será aquello que dicen del instinto.

De hecho, ese miedo que sentía, no era (sólo) miedo al parto. Mi madre siempre me ha dicho que los embarazos duran nueve meses para hacernos a la idea de lo que se nos viene encima, tanto el parto, como la maternidad. Y para lo primero creo que llegamos bastante concienciadas (entregadas, diría yo, ¡a ver qué remedio, tendrá que salir la criatura!), pero lo segundo… Ya te puedes preparar como si fueran unas oposiciones, que luego cada día es una aventura. Sin duda, ese era mi gran miedo: de repente, ya sí que sí, me iba a convertir en nada menos que MAMÁ.
Yo, que cuando estoy malita lo único que pienso es en llamar a mi madre… ¡Y ahora la madre tenía que ser yo!
Pero sucede. Aún no sé muy bien cómo, pero es verdad que cuando tienes a tu hija en brazos, es como si la hubieras tenido toda la vida. Y no es ninguna exageración. A mí siempre me ha dado cierto respeto coger en brazos a bebés recién nacidos o pequeñitos (incluso a mis sobrinos), cambiarles el pañal… por no hablar de bañarlos. Sin embargo, con Ana fue justo al contrario. Era como que estaba hecha para (por) nosotros.
Sé que suena a purpurina, unicornios y arcoíris, pero es tal como lo siento: para mí es, sencillamente, algo mágico.
Ese 12 de junio, tal como le vi su carita de gnomito,
cambiaron las prioridades, los tiempos, los biorritmos…
Y, sí, también cambié yo.
Y de repente, de todas estas sensaciones y recuerdos tan nítidos, ya ha pasado un año.
Un año que, con todas sus cosas buenas y no tan buenas, no cambio por absolutamente nada.
Porque, ahora sí que sí, comienza la fiesta. Ese carácter (¡y ese genio!) que empieza a despuntar y esas ganas de descubrir el mundo gateando, andando, riendo y parloteando… Porque, para esos ojitos azules, todo es nuevo y divertido.

Y que sea así siempre, que ya del resto nos encargamos nosotros.
Que cuando te miro
Edurne – Yanay
No existe límite en mi querer
Te di la vida y volví a nacer
Para crecer contigo
¡FELIZ PRIMER CUMPLE Y FELIZ VIDA, ANITA BEBÉ!