Hoy voy a hacer un parón entre tanta intensidad de cambios, crecimiento personal y miedos. Queda pendiente contaros este «atrevimiento» del que os hablaba…

Pero es que hoy tiene que ser así, hoy toca pensar en las madres.

Habrá quién no le guste, por la tontería de que “es un invento de El Corte Inglés…”, “que si el consumismo”, blablablá… ¡Qué manía con darle la vuelta a todo!

¿Habrá algo más bonito que salir del cole con tu collar de macarrones (horroooroso, feo como él solo), con toda la ilusión del mundo por dárselo a tu madre? ¿Eso es consumismo? ¡Anda hombre!

No sé vosotros, pero yo nunca fui capaz de esperar hasta el domingo para darle el regalo a mi Mamá. Siempre he sido un poco bocazas y ansias con el tema de los regalos, desde pequeñita. Que oye, soy buena guardando secretos… ¡pero no ese tipo de secretos! De hecho, apostaría por que mi madre siempre ha sabido la manualidad que le estaba haciendo en el cole bastante antes de darle el regalito…

Este año, ya te lo adelanto Mamá, no hay regalito.
Bueno, si lo quieres, este post será tu regalito 🙂

Un ramo especial…

Y es que, ¡lo bonito de este día no es el regalo! Es el abrazo, los cariñitos, el poner voz de niña pequeña para recibir aún más mimitos… Venga, ¡no me digáis que vosotros no tenéis arranques empalagosos con vuestras madres! Yo lo admito, ¡y me encanta! Es más, confesaré que, a riesgo de que muera aplastada cualquier día (tengo 31 años y peso… pues eso, que tengo 31 años), aún me tiro encima de ella en el sofá y que, cuando la pillo desprevenida, me siento en sus rodillas (también bajo riesgo de espachurramiento, claro).

En el fondo, para nuestras mamás siempre somos sus niños pequeños, sus bebés… aunque esos niños ya sean padres, tengan hipoteca y hasta un plan de pensiones.

Pero claro, el rol de madre va cambiando… y el de hijo también.

No sé en qué momento se deja de ver a las madres sólo como “madres”, para empezar a verlas como cómplices, confidentes… Yo siempre le digo que es mi punching ball particular, porque no es poco lo que me aguanta (¡a la pobre es que le ha tocado una hija intensita…!).

Lo saben todo, aunque no digan ni la mitad. Maestras en hacerse las tontas. Y la procesión, casi siempre, va por dentro.

Paz absoluta. Un “no pasa nada” a tiempo. Todo el mundo lo sabe, las madres curan (más que los médicos).

Paciencia, libertad, resiliencia, generosidad.

Aunque también son un “tú verás”, un “tú sabrás”, un “yo no digo nada, pero…”.

Bah, ¡es un precio justo!

Pero no son súper madres 100%. La mía tampoco lo es.

Ser madre parece que da unos superpoderes brutales… pero no, siguen siendo las mismas personas. Esa coraza de SúperMamá lleva detrás lo que llevamos todos: sensibilidad, miedos, inseguridad, fragilidad.

Ser hijos no nos da derecho a todo con nuestros padres y, a veces, no está de más recordarlo.

Unidas… las tres.

Os diré que tengo una suerte infinita porque, no sólo tengo un padrazo y una madraza, sino que, además, tengo otra madre más, Mi Persona Favorita, que, por supuesto, también se llevaba en este día una más que merecida rosa y un buen achuchón.

Porque de verdad era una suerte tener las dos caras de la moneda siempre, la poli buena y la poli mala (y pensar que más de una vez pensé que era yo la que manejaba la situación… ¡pobre inocente!), poder contarle a una lo que no quería contarle a la otra…

Este post abre con su foto. ¡Sí, por fin ponéis cara a Mi Persona Favorita! ADORO ESA FOTO, la encontré un día de casualidad en casa de mi abuela y la rescaté. Os diré que ahora Mi Persona Favorita sigue siendo igual de pura y que mi madre ahora no usa chupete 😉

Por todo eso, por los consejos, las broncas, los mimos y porque hacéis tan fácil escribir de vosotras…

En un día como el de hoy, otro año más, os habéis merecido vuestro collar de macarrones, para una azul y para otra, rojo ?

Porque no tengo la mejor madre del mundo, ¡tengo a las dos!